martes, 2 de noviembre de 2010

La historia interminable (o la historia que debía ser contada en otra ocasión)


Fantasía se caracteriza por su clima más que caprichoso, bipolar, sus habitantes expertos en el antiguo arte de la fotografía (poses, definición de escenarios, naturalidad), por la moda de las camisas geométricas y de las chanclas con calcetines hasta media pierna, por los tacones de vértigo, por su idioma propio de gramática imposible, los clanes de perros vagabundos, los restaurantes de sushi… y por la presencia de ciertos individuos comúnmente conocidos como Doctor o Brach.


Los seres que habitan Fantasía continúan su ajetreada vida ajenos a la presencia de la Nada, que va haciendo desaparecer día a día un trocito del reino de manera inexorable.

B está preocupada porque lo que empezó siendo un pequeño dolor en el tobillo que decidió ignorar, ha ido creciendo hasta forzarle a buscar ayuda ajena, lo que le disgusta profundamente. Una vez leyó en un libro que existían unos seres capaces de curar ese tipo de males, pero nunca creyó realmente en ellos. No encontrando otra salida decidió buscar alguno que pudiera ayudarle con su problema. Según el libro, dichos seres se encontraban en el reino de Fantasía.


El primer encuentro de B con uno de los Brach la tranquilizó bastante. Aunque él hablaba en la lengua de Fantasía, una pequeña chica que dominaba la lengua de los dos mundos supo explicarle que sólo necesitaba meter el pie en agua salada durante 20 minutos, tras lo que debía rociarlo con alcohol, untarlo con crema y envolverlo en papel transparente. Un trabajo sencillo, que debía repetir durante 15 noches antes de acostarse, incluyendo los fines de semana a las 7 u 8 de la mañana dependiendo de la hora de llegada a casa.


B llevó a cabo la tarea encargada durante 15 días. Pasado este periodo que comprendía alguna que otra visita a los locales nocturnos y alguna que otra excursión de fin de semana totalmente alejada del reposo, el tobillo estaba exactamente igual, pero metido en agua salada. B pensó que debería visitar a otro Brach para pedir una segunda opinión porque se había quedado ya sin papel de plástico transparente.


En esta ocasión no fue tan fácil encontrar un ser capaz de hablar las dos lenguas, con lo que B se limitó a enseñarle al nuevo Brach la foto en blanco y negro que el anterior había hecho de su tobillo. El nuevo Brach, conocido como Pioter Petrovich, puso cara de preocupación, sacó una lupa, analizó la foto, la miró contra la ventana y sin decir ni una palabra hasta entonces cogió su teléfono móvil (en Fantasía también hay) y marcó un número. B creía que entendía parcialmente la lengua extraña, pero debía de estar equivocada porque le pareció escuchar que Pioter Petrovich llamaba al primer Brach y no era especialmente amable en su trato, lo que por otra parte es bastante común entre los habitantes de Fantasía. Al cabo de un rato, el Brach del papel de plástico transparente apareció por la puerta y empezó a tocarle el tobillo y a hacerle andar por la habitación. Después de eso los dos empezaron una discusión incomprensible, que continuaron en la calle. Podían haberla continuado en la habitación donde estaba B porque salieron precisamente a la altura de la ventana desde la que ella los podía ver discutir y de todas formas, entender, no iba a entender mucho. Y siguieron discutiendo y manteniendo a B en la incertidumbre hasta que volvieron y le comunicaron que Brach-papel-de-plástico se había equivocado en su diagnóstico, que tenía una fisura o rotura (vocabulario no descifrable) y que podía volver a su clínica a hacerse más pruebas. B no conocía a Pioter, que hasta el momento no se había dirigido a ella en demasiadas ocasiones, pero Brach-papel-de-plástico se podía ir a su clínica con su papel transparente a esperar sentado.


Oksana, nombre muy común en Fantasía, era la única chica con tacones cercanos capaz de chapurrear un idioma intermedio. Le comunicó que para solucionar el problema sería necesaria la inmovilización. A B, que se iba en dos días a Georgia, podía haberle dado un infarto, pero le entró la risa.


B salió caminando de la clínica pensando en qué zapatos podría ponerse durante 4 semanas, en las que empezaba a hacer calor, que pudiesen cubrir aquello y combinasen con toda su ropa. Por lo menos le habían puesto algo parecido a una escayola que se podía lavar y con lo que no hacía falta llevar muletas. A los tres días B estrenó la escayola metiendo los dos pies en un charco de barro que dejó el material del que estaba hecha de un color marrón que nunca consiguió eliminar, ni siquiera metiéndola en los baños de agua sulfurosa de Tbilisi.


Pasadas las 4 semanas de inmovilización (inmovilización porque era imposible mover el tobillo en ciertos ángulos, no por otra cosa) B volvió a visitar a Pioter Petrovich y a Oksana en Fantasía. Les pareció que todo iba según lo previsto y le permitieron liberarse de la escayola, ahora color marrón, sin dar mayores explicaciones acerca del comportamiento posterior necesario.

El dolor inicial es natural después de la inmovilización. Puedes hacer vida normal.


Puede ser que lo que para B era vida normal no lo fuera para Pioter Petrovich, porque en 4 días B estaba fuera de Fantasía, concretamente en Tailandia, haciendo “vida normal”.


Los meses pasaron y B no notaba mejoría. Después de visitar al jefe de Pioter Petrovich, a la enfermera que consideraba más útil balbucear palabras en italiano sin sentido que hablar en el idioma de Fantasía y al masajista con dientes de oro y página web propia, B veía avanzar la Nada que acabaría con el mundo del que no quería salir y no conseguía solucionar su problema.


Una vez, B tuvo que viajar a Málaga donde tuvo la oportunidad de ver a un ser que en teoría debía hablar un idioma más comprensible, un Traumatólogo. El Sr. Traumatólogo no pudo más que discrepar de la decisión tomada por Pioter Petrovich a raíz de la fotografía en blanco y negro que había costado exactamente 10 grivnas (moneda de Fantasía, en aquel tiempo equivalente a 1 euro malagueño). De manera que, la nueva táctica a seguir era una nueva inmovilización, en este caso de dos meses y medio mediante la utilización de un nuevo elemento conocido como estabilizador y que igualmente limitaba la posibilidad de ponerse zapatos diversos y peor aún, zapatos de verano. En caso de no funcionar, el siguiente paso según el Traumatólogo sería operar.


Hasta entonces B consideraba que la simpatía de Pioter Petrovich era infinita, una persona muy habladora y que no demostraba apenas mal humor, pero ya no sabía si esto era real o si él era objeto de una especie de síndrome de Estocolmo por su parte.


El tiempo seguía pasando, la Nada avanzaba y Fantasía llegaba a su fin. B tenía que competir con las bellezas autóctonas a base de bailar a la pata coja y llevar puestas botas enormes de piel.


Finalmente la Nada devoró Fantasía, por lo menos para B, y ésta se vio obligada a volver con lágrimas en los ojos, la placa de la calle волоська en la maleta y un estabilizador en el tobillo.


De nuevo en Málaga, donde esperaba ver su situación resuelta gracias a las fotografías en blanco y negro de 100 euros en lugar de 1 y a la claridad del lenguaje del nuevo Traumatólogo, B recibió otro diagnóstico tras el que le comunicaban que los casi dos meses de estabilizador eran innecesarios y que había que hacer nuevas fotografías.


La historia interminable…



jueves, 13 de mayo de 2010

Previously on…SECDBA (capítulos anteriores en seriesyonkis.com)


Temporada 2.

Tras la huelga de guionistas vuelvo a actualizar, básicamente porque estaba desarrollando un sentimiento de culpa considerable y porque el viaje a Georgia de este fin de semana no puede quedar en el olvido.

Y como hoy, 13 de Mayo, no es el día para contar lo que ha pasado desde Enero (culpabilidad, culpabilidad) por este camino de baldosas radioactivas que me tiene hundida la salud (*), empezaré directamente desde Georgia y recurriré a flashbacks si es necesario.

(*) Nota al pie, que no está al pie para que nadie se pierda: Mi visita al traumatólogo cuyo resultado ha sido la escayola que he paseado por toda Georgia tampoco debe quedar en el olvido, pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión, como decía Ende.

El viernes aprovechando que el lunes no trabajábamos cogimos un avión a Tbilisi, capital de Georgia y ciudad a la que en la vida se me habría ocurrido ir si no fuera porque en Kiev nos hemos convertido en auténticos fanáticos de la comida georgiana. Y así es como gracias a los jincalis y a los jachapuris comenzamos el viaje más curioso que he realizado hasta ahora. Realmente quería escribir bizarro, pero la RAE me ha dicho que no reflejaba lo que yo intentaba decir (guiño a los defensores del María Moliner).

No se cómo lo hemos conseguido, pero en este viaje hemos sido apadrinados, financiados y sobreprotegidos por el Cónsul de Georgia en Kiev. Hay que decir que prácticamente ninguna de las 11 personas que fuimos a acabar con las reservas gastronómicas del país conocía previamente a nuestro protector. Ya desde el avión pudimos apreciar que las normas válidas para el resto de los individuos no se aplican a los Cónsules de Georgia (parece ser que si un Cónsul de Georgia ve una película en su portátil mientras el avión aterriza no hay ningún problema de interferencias, como pasaría si lo hiciera una becaria de informática, por ejemplo).

Al llegar al aeropuerto de los carteles rarunos (sí, más rarunos incluso que en Ucrania) nos recogieron más cochazos de los necesarios con sus respectivos chóferes y nos llevaron al hotel que nos había buscado nuestro nuevo mejor amigo. Y, nunca pensé que diría esto, gracias a Dios los conductores y la gente que fuimos conociendo hablaba ruso (porque eso del inglés u otras lenguas con alfabetos normales y gramáticas relativamente sencillas no se estila por ahí). La guía, que por supuesto tampoco tuvimos que buscar, nos comentó que en Georgia tienen su propio alfabeto, sólo entendido por ellos y nadie más.

No se cómo esa misma noche nos vimos en un restaurante rodeados de georgianos sanotes con sus caras rojas de beber vino (la mayoría se llamaba George, debe significar Pasha o Sasha en ucraniano) que nos acogieron con una hospitalidad impresionante.

Imagino que ese día las georgianas tendrían algo importante que hacer porque ninguna tuvo tiempo de pasarse por la celebración. A nadie le extrañó eso de recibir a 12 nuevos invitados a cenar. Lo que no sé si les extrañaría es ver entre ellos a 5 chicas, probablemente sí por la intensidad con la que nos agarraban al bailar mientras cantaba un grupo en directo. Bailar, eso sí que es bailar. Cualquier tipo de movimiento, rítmico o arrítmico, estético o antiestético es válido y no es cuestionado. Y si de camino encuentras algún cuchillo y te lo metes en la boca mientras bailas, mejor. Y si te sobran balas en la pistola que visiblemente llevas, mejor en la copa de tus invitados que en ningún otro sitio. Y si el Tamada (თამადა según la Wikipedia) puede proponer un brindis cada 5 minutos, ¿por qué hacerlo sentados en lugar de encima de las sillas? Y si tienes un cuerno a mano, ¿para qué beber de otro sitio? Y si se puede lanzar una copa hacia atrás y romperla en la cabeza de alguna afortunada, ¿por qué evitarlo? Y por alguna razón en ese mismo momento decidimos que era el momento de irse a dormir…

…y uno de nuestros conductores decidió que la mejor manera de llegar al hotel era ir a la mayor velocidad posible dando vueltas a una rotonda pitando delante de la policía. Si algo tenemos que aprender de los georgianos es a tratarnos los unos a los otros con cariño porque cuando nos pararon el conductor se bajó del coche, le dio un beso al policía y se volvió a subir sin ningún problema.

Al día siguiente nuestra guía nos estaba esperando con el minibús para llevarnos a nuestro siguiente destino, Signagi, pasando antes por algún que otro monasterio excavado en piedra, algún castillo, alguna casa museo donde probar vino y más que algún paisaje realmente impresionante. Por la noche nuestro Cónsul (al que a partir de ahora llamaré Timor Occidental para proteger su intimidad de modo que se pueda confundir con cualquier otro Cónsul de Georgia en Kiev) invitó a un amigo suyo a venir al hotel a tocarnos canciones georgianas. Ni que decir tiene que nos habilitaron sin poner impedimentos una sala en la que pudimos consumir nuestra propia bebida. Además de pagarnos el hotel (total, sólo éramos 13), también creemos que Timor Occidental nos contrató buen tiempo porque según las previsiones iba a llover todos los días y el único día que llovió fue el día que tuvo que dejarnos para irse a trabajar, se le olvidaría llamar.

Y como siempre resumiendo porque empiezo a cansarme, el domingo todo seguía siendo precioso y maravilloso. De camino de vuelta a Tbilisi, después de parar en medio de la carretera para descubrir el auténtico método georgiano de hacer pan y en un restaurante para comer 50 jincalis como los de la foto , otros amigos de Timor Occidental nos invitaron a una nueva celebración, esta vez casera, llena de comida, cuernos, vino, pistolas, líquido verde extraño muy bueno, hospitalidad y hombres georgianos. Esta vez no bailamos porque no cabíamos y fuera estaban enseñando a nuestros amigos a disparar y no era el lugar apropiado, los vasos voladores son más seguros. De nuevo las mujeres debían estar ocupadas. Y aquí rompo una lanza a favor de los hombres ucranianos porque siempre he dicho que su conocida fealdad no es en realidad tal y este país no ha hecho otra cosa que corroborarlo. Y además a los ucranianos sí que les gusta que las mujeres asistan a sus celebraciones (probablemente les guste demasiado).

El lunes Timor nos dejó en manos de la guía y el conductor del minibús, que nos enseñaron Tbilisi y por la tarde nos dieron tiempo libre, como en los viajes del Imserso. Nos sentimos bastante desprotegidos con tanta libertad y nos metimos directamente en unos baños en los que estuvimos 2 horas en un ambiente cargado con olor a huevo podrido y recibiendo literalmente palizas de los masajistas georgianos. Nos quedamos como nuevos y por fin pudimos gastar alguno de los GELES que habíamos sacado y no habíamos utilizado en todo el viaje.

Finalmente, a la 1.30 de la madrugada el Cónsul en un nuevo gesto de hospitalidad vino sólo para acompañarnos al aeropuerto y llevarse las balas que no nos iban a dejar pasar por el control de seguridad, prometiendo que nos las devolvería en Kiev, ya que él puede encender ordenadores durante el aterrizaje y llevar balas en el equipaje de mano. Y cuando se fue, despidiéndose a lo lejos, nos dejó un vacío que ningún otro Cónsul de Georgia podrá llenar.

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Dedicado con mucho cariño a Timor Occidental, sabiendo que nunca lo leerá y que en cualquier caso no lo entendería. Aunque aquí lo deshumanice un poco me ha sorprendido por su personalidad agradable y fuerte que le permite ser diferente conservando su origen.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

A casa, a casa, a casa


Ojalá llegar a Kansas (uy! Málaga) fuera tan fácil como chocar tres veces las botas de GORE-TEX del Corte Inglés. Pero como por aquí los chapines colorados están pensados sólo para las ucranianas más hábiles - que son perfectamente capaces de atravesar la nieve y el hielo con tacones - yo me tendré que conformar con coger cuatro vuelos distintos para llegar a casa por Navidad. Por cierto, valiente nombre el de chapines colorados. Definitivamente no entiendo cómo la gente de mi edad ha conseguido evitar hablar como el cangrejo Sebastián.

Bueno, si me veis por ahí es que el taxista habrá venido a recogerme a las 4, en Kiev no se habrá congelado el avión, en Praga no habré tenido problemas para volver a hacer el check-in, en Frankfurt no se habrá cancelado el vuelo como ha pasado esta mañana y no habré perdido el vuelo en Madrid por salir un rato a ver a unos personajillos. O, que algo de esto ha pasado, pero me he apañado para solucionarlo (si es que soy capaz de solucionar hablando en ruso que un avión se congele).

Analizando mis dos propósitos de principio de beca después de más de dos meses resulta que uno está cumplido con esta entrada número 7 y que el otro acaba de ascender a propósito de año nuevo.

Feliz Navidad!

jueves, 17 de diciembre de 2009

Marcianitos por el mundo


Superada la espera por el ansiado visado y los problemas de un país en cuarentena (moda mascarilla otoño-invierno’09) por fin he podido viajar. Primer destino: Polonia. Solo llegar al aeropuerto de Kiev un viernes a la hora punta es una odisea. Para evitar la caravana cógete un metro hasta la parada nombreimpronunciable, que está en Pekín, y desde allí búscate la маршрутка (en adelante marshrutka) que te lleva al aeropuerto de Borispol. Las marshrutkas son mi medio de transporte favorito aquí. Tú te subes en ese minibus amarillo decorado con imágenes ortodoxas y en muchos casos con alfombras al lado del conductor, y te colocas donde buenamente puedes. Desde ese mismo sitio envías tu dinero hacia el conductor confiando en que le llegará. En un país donde la primera semana iba preocupada porque a Iñiga y Pedra les habían robado 2200 euros entre los dos (¡pardillos!), me parece impresionante que en el autobús le cedas amablemente tu billete de nosecuantas grivnas al de delante, para que se lo pase al de delante, para que se lo pase al de delante, etc. hasta que llegue a quien te cobrará el billete para que le pase tu cambio al de detrás, para que le pase tu cambio al de detrás, para que le pase tu cambio al detrás hasta que te llegue a ti. ¿Dije ya que este es un país de contrastes? Eta Ukraína.

Pues a pesar de ser la marshrutka mi medio de transporte favorito, finalmente me fui en taxi. Así que en un rato estaba en la cola de facturación, en la de seguridad, en la de pasaportes, en la de embarque, en la de salir del avión, en la de pasaportes otra vez y…¡en Varsovia! Y digo un rato porque gané una hora de vida volando en contra de los husos horarios. Así que en teoría mi vuelo duró media horita.

En el aeropuerto de Varsovia me esperaba Atenas, con un moreno bastante envidiable para una soviética como yo. Y después de él vinieron Düsseldorf, Varsovia, Praga, Berlín, Paris y Milán. Y aunque solo nos conocimos durante un mes y medio en Madrid, en el avión estaba emocionada pensando en que salía de Kiev para ver a mis amigos. ¿Será por los 30 correos diarios que recibo de ellos? ¿O porque me cuentan historias de sus oficinas y nos comprendemos perfectamente? Mis compañeros de piso dirían que es porque somos frikis, pero si me llaman a mí friki es que no conocen a ninguno de verdad. Desde luego a ninguno de esos que sacan la calificación de Dios Friki en el Friki test (yo lo suspendí y eso que por ser mujer te regalaban puntos).

Mi opinión de Varsovia es que es parecido a Kiev, pero en fácil. La gente es más amable, habla inglés, hay extranjeros y hasta erasmus, hay H&M sin que los precios sean los de D&G, escriben normal, etc. Hay muchos bares y, aunque parezca increíble, la música no es la bomba o poker face y las mujeres no se desnudan a la primera de cambio. Y no llevan tacón. Otra cosa que me llamó la atención a parte de la ausencia de striptises es que los carteles y los murales callejeros son muy originales. Eso es algo que se echa en falta por aquí (bueno, puede ser que solo yo lo eche en falta).

Pero como en Kiev, el carácter de la gente sigue chocándole a los que vienen de fuera, hay un submundo en las bocas de metro, las mujeres son guapas, venden la típica muñeca rusa y pañuelos rusos, hay borsh, la policía da más miedo que seguridad, no conocen el asfaltado uniforme de las aceras, etc.

Después de una noche en Varsovia fuimos en tren a Cracovia. En Cracovia deben estar todos los españoles que faltan en Kiev porque aquello era peor que Londres. Escuchar español por la calle es algo normal, no como aquí, que si te encuentras a alguno lo tratas de mejor amigo en adelante.

Al día siguiente fuimos a Auschwitz. Allí me llevé más un disgusto que otra cosa. Me sobraron kgs de pelo, botas, fotos de muñecas rotas y de abuelitas raquíticas. Yo con leer Maus (algun friki entenderá esta parte) me conformaba, pero finalmente no estuvo tan mal. Mi amigo el kleenex y yo pasamos una buena mañana. Menos mal que Praguita compartía mi rechazo hacia esa guía lánguida a la que no le corría sangre por las venas.

Yo creí que después de eso se me quitaría el hambre para siempre, pero por la noche estábamos en Cracovia comiendo el pinchito más grande que he visto nunca. Tenemos documentos gráficos, aunque no míos, porque mi cámara murió bajo extrañas circunstancias en una recepción en casa del Embajador.

Después de 5 días por Polonia volví a casa donde descubrí que la ida no había sido una odisea en absoluto. En el aeropuerto cogí, esta vez sí, una marshrutka que debía dejarme en la parada de metro que estaba en Pekín. Pues no. La pasamos de largo tan tranquilamente. Donde sí decidió parase fue a medio metro de las vías del tren, donde se averió y estuvimos aproximadamente media hora mientras el conductor corría de un lado a otro trasteando el motor. No me extrañó demasiado porque por aquí es bastante común ver coches parados en la calle con el capó abierto y el dueño y unos cuantos alrededor observando. Yo no debía estar preocupada por el hecho de estar parada en medio del campo peligrosamente cerca de las vías del tren porque me quedé dormida. Cuando conseguimos arrancar y sí empecé a preocuparme por dónde me estaría llevando, decidí hablar con el señor de al lado en mi pobre ruso, quien me explicó que cerca de la última parada había una estación de metro. Una vez en el metro estás a salvo, porque cuando ya sabes leer, acabas llegando a la parada que quieres tarde o temprano (muy triste, eso me ha pasado en Madrid también, aunque la ventaja es que allí sabía leer bastante bien).

Finalmente tardé unas dos horas en llegar a casa desde el aeropuerto, a lo que se suma la hora de vida que le perdí al tiempo esta vez.

Cualquier cosa mereció la pena solo por poder ver a esta panda de marcianitos a los que volveré a ver en Nochevieja en Praga, si mis mil conexiones por los aeropuertos europeos me lo permiten. Apuesto un punto en el friki test a que pierdo por lo menos uno de los vuelos. Esperemos que no…

jueves, 12 de noviembre de 2009

Hogar 2.0


No es que mi casa sea la nueva red social en la que la galleta de la fortuna te dice que te toca limpiar el baño, sino que por fin hemos encontrado piso y la nueva versión de Hogar es una versión bastante mejorada de mi anterior cuarto forrado con papel de ovejitas.

Pedra, Iniga (mantengo nombres codificados por lo de la protección de datos) y yo nos hemos hecho mayores y a nuestros ventipico años nos hemos vuelto a emancipar de nuestras familias. Así que, primer punto positivo del Hogar 2.0: no tengo que mandar sms a mi madre ucraniana cuando no voy a ir a casa a cenar (perdona, Mamá, ya sé que odias que vaya encontrando madres por ahí, pero son madres de cascarilla). Que esté infinitamente contenta con el Hogar 2.0 no quiere decir que mi madre ucraniana no sea genial. El último día fuimos juntas a casa de sus padres en su coche, terriblemente parecido al de Mr. Bean. Lo de tomar a Mr. Bean como referencia es porque todos los días ponen el mismo capítulo en las televisiones que hay en los vagones del metro. Llevo un mes aquí y ya puedo afirmar que la inversión realizada en televisiones sirve únicamente para emitir los siguientes vídeos sin ninguna variación posible: Mr. Bean, Tom y Jerry, modelos (con el conocido problema de índice de masa corporal por los suelos) bajando unas escaleras tipo Sisí Emperatriz y vídeos del tipo Ole tus vídeos o Videos de primera que tratan exclusivamente sobre animales. Como decimos aquí, Eta Ukraína, que yo entiendo como “así es Ucrania, esto es lo que hay”.

Estaba con la visita a la abuela, que es un encanto, pero que esta vez no sacó Bombay Safir. Lo que sí sacó fueron todos sus álbumes de fotos antiguas, en las que sale un retrato de Lenin de fondo tantas veces o más que la propia familia. También conocí al abuelo, que, por lo que pude entender, es ingeniero especializado en las uniones de materiales y me dio una clase particular, así, y gratis. Tuve un flashback de mis peores momentos en electrónica de dispositivos y me planteé cómo eso me había llevado a estar en Kiev, en un piso realmente soviético con tres ucranianos enseñándome su álbum familiar. En un principio los ucranianos pueden parecer fríos, pero cuando los conoces en persona son muy acogedores. El portero hostil acabó sonriéndome abiertamente y eso que todas nuestras conversaciones eran “buenos días/tardes/noches” y “el ascensor no funciona”. Me da pena dejar de ver a esta familia, pero cuando estoy en mi cama de matrimonio, con mi armario gigante y mi balconcito lo olvido por un rato. Así que, segundo punto positivo del Hogar 2.0: tengo un cuarto increíble, con un armario que no he tenido ni tendré nunca más.

La semana pasada hicimos fiesta de inauguración (Independence day party) y vino prácticamente todo el mundo conocido y desconocido, menos los que estaban con el Cónsul, que nos hizo la contra-fiesta con chef de lujo y la Rosa de Ucrania incluidos. De nuestra fiesta sin chef de lujo, pero con salchichón, queso y mucho Vodka con zumo de naranja, me vienen imágenes de un montón de gente cantando canciones de Britney Spears (el cd fue un obsequio del casero Serbio, algún día hablaré sobre él), de gente sacando la leche de la nevera y mezclándola con Vodka (¡¡), del extraño sentido del ritmo de algunos bailarines de por aquí y de todos buscando taxis para ir a alguna discoteca. Por la mañana acabamos desayunando en McDonalds, nueva costumbre que estamos adquiriendo con eso de que aquí son 24h. Con todo esto, tercer punto positivo: podemos hacer fiestas en casa.

Y resumen del resto de puntos positivos: la oficina está a 5 minutos, hemos encontrado un gimnasio a 5 minutos en la otra dirección (no en la oficina) donde hasta podemos dar clases de strip-tease (no las voy a dar, Mamá, pero explica muchas de las cosas que hemos visto en los bares de por aquí, Eta Ukraína), muchos amigos nuestros viven en el barrio, tenemos dos supermercados 24h cerca (McDonalds no), hemos comprobado que nos cabe mucho Vodka en la nevera, tenemos dispensador de agua como la gente en el trabajo, tengo espejo así que por fin puedo ver si los zapatos pegan con la ropa y además me los puedo dejar puestos al entrar si me da la gana, no se puede romper el ascensor porque no tenemos, tenemos un sistema dolby surround que seguro que no tienen los cines de aquí y muchas más cosas que ahora mismo no se me ocurren porque me quiero poner a estudiar ruso.

Pero lo más importante de todo es que mis dos compañeros son geniales. El martes a las 12 de la noche decidimos salir los tres a tomarnos una cerveza al karaoke del barrio y eso no se consigue con cualquiera. Entre los tres estamos recopilando los teléfonos de todos los personajes de Kiev La Nuit, miedo me da la siguiente fiesta. Ah! y tenemos una mascota, la Sabaca, que os pongo en la foto porque es preciosa.

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Post enviado desde la Wi-Fi del Hogar 2.0

jueves, 22 de octubre de 2009

Sin daun, Manolito


El martes se abrió un ciclo de cine español en Kiev con la proyección de Camarón o El cangrejo de la isla como parece ser que han traducido en los folletos (forniquetos según algunos). Prácticamente toda la comunidad hispana kievita (kieveña? camaradas de Kiev?) pudo disfrutar del espectáculo “flamenco” que ofreció como introducción una pareja ucraniana. Tiembla Sara Baras, que te quitan el puesto.


Y yo, a pesar de tener la gracia flamenca en la punta del pie debido al arte innato de mi padre vasco, me sentía allí la más gitana de todos. Debo decir que la mayor influencia musical de mi padre han sido los conciertos de Txalaparta hasta que ha descubierto el maravilloso mundo del mp3 y se ha convertido en fan de Explosions in the sky.


Cuando estás en un país del este y escuchas a Oscar Jaenada (ay!) hablando en andaluz y te ponen imágenes de la playa de Bolonia lo sientes todo más tuyo. Te vuelves hispano-posesiva. En resumen, que ahora soy flamenca. Ni que decir tiene que al final se me saltaron las lágrimas.


La gran proyección del miércoles fue Días de fútbol. Esa es la huella que dejamos en la sociedad ucraniana esta semana y a mí personalmente me parece perfecto. No sé si llegarían a enterarse de algo porque si “pisha” fue difícil de traducir en Camarón, “llevo dos días dándote una hostia” seguramente tampoco fue muy fácil.


Y ahora, como en la radio y en los programas de Antena 3 de las 5 y media, dedico este post a Anónimo (“Firmado:Anónimo”) y a pmpowerful (“Ingeniero te vas a hacer”) porque son fans de los auténticos, de los que se saben los diálogos de memoria y te hacen pasar vergüenza en el cine y sobre todo de los que integran prácticamente todo el guión de Días de fútbol en su lenguaje diario (sí, incluso “Tú eres actor, pues a mi no me actúes” puede formar parte de una conversación normal, qué le vamos a hacer). Mi frase favorita es "Sin daun, Manolito" y no puedo evitar decirla cuando veo cualquier bichillo con capacidad de sentarse (que no todos la tienen)


Y mañana, Bienvenido Mr. Marshall


Nota: Pido perdón por la calidad de la foto, pero después de intentarlo 5 veces decidí dejar de dar la impresión de friki que estaba dando a la gente que todavía no me conoce.

miércoles, 14 de octubre de 2009

De Ferreros Roché y otras historias



O el 12 de Octubre más glamouroso de mi vida.

Como es costumbre en este nuevo ambiente elevado que me rodea, el Embajador de España invitó a sus compañeros (como yo, becaria de informática) a una recepción el día de la Hispanidad.

Me puse mi vestido más amortizado, unos tacones 15 cm más bajos de lo que acostumbran las ucranianas y bajé mis doce pisos sin luz en busca del taxi al que habían llamado para mí (ya que sigo siendo incapaz de comunicarme) con el que habían apalabrado que me llevara a la recepción por 29 grivnas. A la altura del piso 8 me di cuenta de que había olvidado la invitación en el maldito piso 12. Sube corriendo 4 pisos, baja corriendo 12 para no hacer esperar al señor Embajador.

Al llegar abajo mi taxi no estaba en ninguna parte y había olvidado el número de matrícula en el maldito piso 12. Entré en el coche de una señora y le pregunté si era un taxi, porque en este país los taxis funcionan así. Parece ser que no era porque no le hizo mucha gracia. Me subí en el que estaba parado más cerca y que me pareció que podía ser el mío. Una vez dentro descubrí que efectivamente NO era el mío y que cuando llegara me podía hacer pagar todo el estipendio de un año (guiño a mis compañeros becarios) por no haber apalabrado un precio antes y porque sí, los taxis en este país funcionan así. Finalmente llegué asustada al edificio y sólo perdí 40 grivnas, que son menos de 4 euros, nada para una becaria como yo. Y las perdí tan feliz porque el taxista me dijo 40 en ruso y lo entendí perfectamente.

Una vez en la recepción tuve la oportunidad de conocer a diputados de la OTAN, diseñadoras de moda, a la segunda gerente de Zara en Ucrania, a mi vecina de Málaga que resulta que está en Kiev, etc. También conocí al Cónsul, que gracias a Dios es de Graná y solo me recordó 7 veces durante la noche nuestra brillante introducción:

Persona X: Becaria de Informática, conoces a Tal?
Becaria de Informática: ¡Hola! No sé, tu cara me suena… Te he visto en la Embajada o en el Consulado estos días. No lo recuerdo bien, nos han presentado a mucha gente.
Tal: No, no nos hemos conocido.
Becaria de Informática: Que sí hombre, que por algún lado te he visto. Bueno, y tú qué, ¿qué haces por aquí?
Tal: Soy el Cónsul.
Becaria de Informática: Ah, perdón.

Y bomba de humo.

Y entre una metedura de pata y otra pasó la fiesta, nos comimos el jamón, nos bebimos el vino y nos fuimos a un par de bares con Cónsules, vecinas, compañeros becarios, jefes… sin llegar a ver al Embajador que debió de irse con sus Ferrero Roché.

Y al día siguiente, primer día de curro...perdón, de beca, que me regañan.



Nuevo propósito de principio de beca: ser capaz de negociar un taxi.

lunes, 5 de octubre de 2009

Primeras impresiones


Nuevo propósito de principio de beca: ser capaz de encontrar la pestaña “Nueva entrada” en ucraniano (relegado lo demás a un segundo? tercer? n-ésimo? plano)

Llevo varios días sin Internet, así que procedo al resumen por puntos:

· Málaga – Madrid Barajas: el tiempo justo para leerme El País como las personas adultas (nada de Calvin & Hobbes)

· Madrid Barajas – Kiev Borispol: Encuentro en Barajas con mi socio y mis futuros dos compañeros. Nombres ficticios: Pedra e Iniga (guiño a mis compañeros reales, con nombres inteligentemente codificados). Durante el vuelo, el tiempo justo para hacer amigos rarunos, rellenar el papel de inmigración y dormir. Pocas camisas estampadas, muchas letras al revés.

· Kiev Borispol: el tiempo justo para hacer tres cuartos de hora de cola en el control de pasaportes. Me dieron un papelito para poder salir del país que debía cuidar con mi vida y yo sigo aquí viva, pero el papelito no aparece.

· En Borispol nos recogieron las niñas de la Oficina, más apañadas que todo. Si no, todavía estaríamos en el aeropuerto intentando negociar con un taxista el precio de la carrera a casa ( que a saber dónde estaba)

· Casa = edificio soviético con portero hostil + suelo de asfalto + ascensor al piso 12 con suelo de parqué + babushka muy amable con la que soy prácticamente incapaz de comunicarme, pero me encanta y me hace sentir a gusto + prohibición absoluta de llevar zapatos + habitación forrada con papel de ovejitas

· Cena con unas 15-20 personas de diversa nacionalidad. Todos muy simpáticos.

· Bar 1 de nombre ¿?. Aprendí a pedir 4 vodkas con naranja ( menos de 2.5 euros cada uno)

· Bar 2 de nombre 112. Aprendí que la mayoría de las Ucranianas no podrían desfilar en Cibeles por un problema con el índice de masa corporal, que no con los tacones de aguja.



Resumen para que la profesora de ruso no me regañe mañana cuando llegue sin los deberes: la ciudad me encanta, muy soviética. Los compañeros nos han facilitado todo muchísimo, muy buena gente (gracias, gracias, gracias!!). Mucho contraste entre algunas cosas muy baratas (viajes en metro por 20céntimos aproximadamente) y otras muy caras (alquiler en torno a los 500 euros con calidad regulera). Puertas asesinas en el metro. A los ucranianos les cuesta la vida sonreir. Fresquete. Número de teléfono ucraniano con llamadas gratis entre los que estamos aquí. No entiendo ni pajote. Semana libre en la Oficina para trámites y adaptación. Visita turística preciosa. Primeras 4 horas de ruso. Inauguración de exposición con trajes de gala al estilo ucraniano y la Ana Obregón de Kiev. Internet por fin. Todo genial.