miércoles, 23 de diciembre de 2009

A casa, a casa, a casa


Ojalá llegar a Kansas (uy! Málaga) fuera tan fácil como chocar tres veces las botas de GORE-TEX del Corte Inglés. Pero como por aquí los chapines colorados están pensados sólo para las ucranianas más hábiles - que son perfectamente capaces de atravesar la nieve y el hielo con tacones - yo me tendré que conformar con coger cuatro vuelos distintos para llegar a casa por Navidad. Por cierto, valiente nombre el de chapines colorados. Definitivamente no entiendo cómo la gente de mi edad ha conseguido evitar hablar como el cangrejo Sebastián.

Bueno, si me veis por ahí es que el taxista habrá venido a recogerme a las 4, en Kiev no se habrá congelado el avión, en Praga no habré tenido problemas para volver a hacer el check-in, en Frankfurt no se habrá cancelado el vuelo como ha pasado esta mañana y no habré perdido el vuelo en Madrid por salir un rato a ver a unos personajillos. O, que algo de esto ha pasado, pero me he apañado para solucionarlo (si es que soy capaz de solucionar hablando en ruso que un avión se congele).

Analizando mis dos propósitos de principio de beca después de más de dos meses resulta que uno está cumplido con esta entrada número 7 y que el otro acaba de ascender a propósito de año nuevo.

Feliz Navidad!

jueves, 17 de diciembre de 2009

Marcianitos por el mundo


Superada la espera por el ansiado visado y los problemas de un país en cuarentena (moda mascarilla otoño-invierno’09) por fin he podido viajar. Primer destino: Polonia. Solo llegar al aeropuerto de Kiev un viernes a la hora punta es una odisea. Para evitar la caravana cógete un metro hasta la parada nombreimpronunciable, que está en Pekín, y desde allí búscate la маршрутка (en adelante marshrutka) que te lleva al aeropuerto de Borispol. Las marshrutkas son mi medio de transporte favorito aquí. Tú te subes en ese minibus amarillo decorado con imágenes ortodoxas y en muchos casos con alfombras al lado del conductor, y te colocas donde buenamente puedes. Desde ese mismo sitio envías tu dinero hacia el conductor confiando en que le llegará. En un país donde la primera semana iba preocupada porque a Iñiga y Pedra les habían robado 2200 euros entre los dos (¡pardillos!), me parece impresionante que en el autobús le cedas amablemente tu billete de nosecuantas grivnas al de delante, para que se lo pase al de delante, para que se lo pase al de delante, etc. hasta que llegue a quien te cobrará el billete para que le pase tu cambio al de detrás, para que le pase tu cambio al de detrás, para que le pase tu cambio al detrás hasta que te llegue a ti. ¿Dije ya que este es un país de contrastes? Eta Ukraína.

Pues a pesar de ser la marshrutka mi medio de transporte favorito, finalmente me fui en taxi. Así que en un rato estaba en la cola de facturación, en la de seguridad, en la de pasaportes, en la de embarque, en la de salir del avión, en la de pasaportes otra vez y…¡en Varsovia! Y digo un rato porque gané una hora de vida volando en contra de los husos horarios. Así que en teoría mi vuelo duró media horita.

En el aeropuerto de Varsovia me esperaba Atenas, con un moreno bastante envidiable para una soviética como yo. Y después de él vinieron Düsseldorf, Varsovia, Praga, Berlín, Paris y Milán. Y aunque solo nos conocimos durante un mes y medio en Madrid, en el avión estaba emocionada pensando en que salía de Kiev para ver a mis amigos. ¿Será por los 30 correos diarios que recibo de ellos? ¿O porque me cuentan historias de sus oficinas y nos comprendemos perfectamente? Mis compañeros de piso dirían que es porque somos frikis, pero si me llaman a mí friki es que no conocen a ninguno de verdad. Desde luego a ninguno de esos que sacan la calificación de Dios Friki en el Friki test (yo lo suspendí y eso que por ser mujer te regalaban puntos).

Mi opinión de Varsovia es que es parecido a Kiev, pero en fácil. La gente es más amable, habla inglés, hay extranjeros y hasta erasmus, hay H&M sin que los precios sean los de D&G, escriben normal, etc. Hay muchos bares y, aunque parezca increíble, la música no es la bomba o poker face y las mujeres no se desnudan a la primera de cambio. Y no llevan tacón. Otra cosa que me llamó la atención a parte de la ausencia de striptises es que los carteles y los murales callejeros son muy originales. Eso es algo que se echa en falta por aquí (bueno, puede ser que solo yo lo eche en falta).

Pero como en Kiev, el carácter de la gente sigue chocándole a los que vienen de fuera, hay un submundo en las bocas de metro, las mujeres son guapas, venden la típica muñeca rusa y pañuelos rusos, hay borsh, la policía da más miedo que seguridad, no conocen el asfaltado uniforme de las aceras, etc.

Después de una noche en Varsovia fuimos en tren a Cracovia. En Cracovia deben estar todos los españoles que faltan en Kiev porque aquello era peor que Londres. Escuchar español por la calle es algo normal, no como aquí, que si te encuentras a alguno lo tratas de mejor amigo en adelante.

Al día siguiente fuimos a Auschwitz. Allí me llevé más un disgusto que otra cosa. Me sobraron kgs de pelo, botas, fotos de muñecas rotas y de abuelitas raquíticas. Yo con leer Maus (algun friki entenderá esta parte) me conformaba, pero finalmente no estuvo tan mal. Mi amigo el kleenex y yo pasamos una buena mañana. Menos mal que Praguita compartía mi rechazo hacia esa guía lánguida a la que no le corría sangre por las venas.

Yo creí que después de eso se me quitaría el hambre para siempre, pero por la noche estábamos en Cracovia comiendo el pinchito más grande que he visto nunca. Tenemos documentos gráficos, aunque no míos, porque mi cámara murió bajo extrañas circunstancias en una recepción en casa del Embajador.

Después de 5 días por Polonia volví a casa donde descubrí que la ida no había sido una odisea en absoluto. En el aeropuerto cogí, esta vez sí, una marshrutka que debía dejarme en la parada de metro que estaba en Pekín. Pues no. La pasamos de largo tan tranquilamente. Donde sí decidió parase fue a medio metro de las vías del tren, donde se averió y estuvimos aproximadamente media hora mientras el conductor corría de un lado a otro trasteando el motor. No me extrañó demasiado porque por aquí es bastante común ver coches parados en la calle con el capó abierto y el dueño y unos cuantos alrededor observando. Yo no debía estar preocupada por el hecho de estar parada en medio del campo peligrosamente cerca de las vías del tren porque me quedé dormida. Cuando conseguimos arrancar y sí empecé a preocuparme por dónde me estaría llevando, decidí hablar con el señor de al lado en mi pobre ruso, quien me explicó que cerca de la última parada había una estación de metro. Una vez en el metro estás a salvo, porque cuando ya sabes leer, acabas llegando a la parada que quieres tarde o temprano (muy triste, eso me ha pasado en Madrid también, aunque la ventaja es que allí sabía leer bastante bien).

Finalmente tardé unas dos horas en llegar a casa desde el aeropuerto, a lo que se suma la hora de vida que le perdí al tiempo esta vez.

Cualquier cosa mereció la pena solo por poder ver a esta panda de marcianitos a los que volveré a ver en Nochevieja en Praga, si mis mil conexiones por los aeropuertos europeos me lo permiten. Apuesto un punto en el friki test a que pierdo por lo menos uno de los vuelos. Esperemos que no…