martes, 2 de noviembre de 2010

La historia interminable (o la historia que debía ser contada en otra ocasión)


Fantasía se caracteriza por su clima más que caprichoso, bipolar, sus habitantes expertos en el antiguo arte de la fotografía (poses, definición de escenarios, naturalidad), por la moda de las camisas geométricas y de las chanclas con calcetines hasta media pierna, por los tacones de vértigo, por su idioma propio de gramática imposible, los clanes de perros vagabundos, los restaurantes de sushi… y por la presencia de ciertos individuos comúnmente conocidos como Doctor o Brach.


Los seres que habitan Fantasía continúan su ajetreada vida ajenos a la presencia de la Nada, que va haciendo desaparecer día a día un trocito del reino de manera inexorable.

B está preocupada porque lo que empezó siendo un pequeño dolor en el tobillo que decidió ignorar, ha ido creciendo hasta forzarle a buscar ayuda ajena, lo que le disgusta profundamente. Una vez leyó en un libro que existían unos seres capaces de curar ese tipo de males, pero nunca creyó realmente en ellos. No encontrando otra salida decidió buscar alguno que pudiera ayudarle con su problema. Según el libro, dichos seres se encontraban en el reino de Fantasía.


El primer encuentro de B con uno de los Brach la tranquilizó bastante. Aunque él hablaba en la lengua de Fantasía, una pequeña chica que dominaba la lengua de los dos mundos supo explicarle que sólo necesitaba meter el pie en agua salada durante 20 minutos, tras lo que debía rociarlo con alcohol, untarlo con crema y envolverlo en papel transparente. Un trabajo sencillo, que debía repetir durante 15 noches antes de acostarse, incluyendo los fines de semana a las 7 u 8 de la mañana dependiendo de la hora de llegada a casa.


B llevó a cabo la tarea encargada durante 15 días. Pasado este periodo que comprendía alguna que otra visita a los locales nocturnos y alguna que otra excursión de fin de semana totalmente alejada del reposo, el tobillo estaba exactamente igual, pero metido en agua salada. B pensó que debería visitar a otro Brach para pedir una segunda opinión porque se había quedado ya sin papel de plástico transparente.


En esta ocasión no fue tan fácil encontrar un ser capaz de hablar las dos lenguas, con lo que B se limitó a enseñarle al nuevo Brach la foto en blanco y negro que el anterior había hecho de su tobillo. El nuevo Brach, conocido como Pioter Petrovich, puso cara de preocupación, sacó una lupa, analizó la foto, la miró contra la ventana y sin decir ni una palabra hasta entonces cogió su teléfono móvil (en Fantasía también hay) y marcó un número. B creía que entendía parcialmente la lengua extraña, pero debía de estar equivocada porque le pareció escuchar que Pioter Petrovich llamaba al primer Brach y no era especialmente amable en su trato, lo que por otra parte es bastante común entre los habitantes de Fantasía. Al cabo de un rato, el Brach del papel de plástico transparente apareció por la puerta y empezó a tocarle el tobillo y a hacerle andar por la habitación. Después de eso los dos empezaron una discusión incomprensible, que continuaron en la calle. Podían haberla continuado en la habitación donde estaba B porque salieron precisamente a la altura de la ventana desde la que ella los podía ver discutir y de todas formas, entender, no iba a entender mucho. Y siguieron discutiendo y manteniendo a B en la incertidumbre hasta que volvieron y le comunicaron que Brach-papel-de-plástico se había equivocado en su diagnóstico, que tenía una fisura o rotura (vocabulario no descifrable) y que podía volver a su clínica a hacerse más pruebas. B no conocía a Pioter, que hasta el momento no se había dirigido a ella en demasiadas ocasiones, pero Brach-papel-de-plástico se podía ir a su clínica con su papel transparente a esperar sentado.


Oksana, nombre muy común en Fantasía, era la única chica con tacones cercanos capaz de chapurrear un idioma intermedio. Le comunicó que para solucionar el problema sería necesaria la inmovilización. A B, que se iba en dos días a Georgia, podía haberle dado un infarto, pero le entró la risa.


B salió caminando de la clínica pensando en qué zapatos podría ponerse durante 4 semanas, en las que empezaba a hacer calor, que pudiesen cubrir aquello y combinasen con toda su ropa. Por lo menos le habían puesto algo parecido a una escayola que se podía lavar y con lo que no hacía falta llevar muletas. A los tres días B estrenó la escayola metiendo los dos pies en un charco de barro que dejó el material del que estaba hecha de un color marrón que nunca consiguió eliminar, ni siquiera metiéndola en los baños de agua sulfurosa de Tbilisi.


Pasadas las 4 semanas de inmovilización (inmovilización porque era imposible mover el tobillo en ciertos ángulos, no por otra cosa) B volvió a visitar a Pioter Petrovich y a Oksana en Fantasía. Les pareció que todo iba según lo previsto y le permitieron liberarse de la escayola, ahora color marrón, sin dar mayores explicaciones acerca del comportamiento posterior necesario.

El dolor inicial es natural después de la inmovilización. Puedes hacer vida normal.


Puede ser que lo que para B era vida normal no lo fuera para Pioter Petrovich, porque en 4 días B estaba fuera de Fantasía, concretamente en Tailandia, haciendo “vida normal”.


Los meses pasaron y B no notaba mejoría. Después de visitar al jefe de Pioter Petrovich, a la enfermera que consideraba más útil balbucear palabras en italiano sin sentido que hablar en el idioma de Fantasía y al masajista con dientes de oro y página web propia, B veía avanzar la Nada que acabaría con el mundo del que no quería salir y no conseguía solucionar su problema.


Una vez, B tuvo que viajar a Málaga donde tuvo la oportunidad de ver a un ser que en teoría debía hablar un idioma más comprensible, un Traumatólogo. El Sr. Traumatólogo no pudo más que discrepar de la decisión tomada por Pioter Petrovich a raíz de la fotografía en blanco y negro que había costado exactamente 10 grivnas (moneda de Fantasía, en aquel tiempo equivalente a 1 euro malagueño). De manera que, la nueva táctica a seguir era una nueva inmovilización, en este caso de dos meses y medio mediante la utilización de un nuevo elemento conocido como estabilizador y que igualmente limitaba la posibilidad de ponerse zapatos diversos y peor aún, zapatos de verano. En caso de no funcionar, el siguiente paso según el Traumatólogo sería operar.


Hasta entonces B consideraba que la simpatía de Pioter Petrovich era infinita, una persona muy habladora y que no demostraba apenas mal humor, pero ya no sabía si esto era real o si él era objeto de una especie de síndrome de Estocolmo por su parte.


El tiempo seguía pasando, la Nada avanzaba y Fantasía llegaba a su fin. B tenía que competir con las bellezas autóctonas a base de bailar a la pata coja y llevar puestas botas enormes de piel.


Finalmente la Nada devoró Fantasía, por lo menos para B, y ésta se vio obligada a volver con lágrimas en los ojos, la placa de la calle волоська en la maleta y un estabilizador en el tobillo.


De nuevo en Málaga, donde esperaba ver su situación resuelta gracias a las fotografías en blanco y negro de 100 euros en lugar de 1 y a la claridad del lenguaje del nuevo Traumatólogo, B recibió otro diagnóstico tras el que le comunicaban que los casi dos meses de estabilizador eran innecesarios y que había que hacer nuevas fotografías.


La historia interminable…